Editorial

La cultura es el espacio natural donde la sociedad dialoga, disiente, se reinventa y de algún modo constituye al propio ser social; es decir, funciona en el marco de la sociedad civil donde la influencia de las ideas, las instituciones y las personas se ejerce no a través de la dominación política, sino a través del diálogo y del consenso ciudadano. Por tanto, si hay un espacio donde debe anclarse la democracia y el desarrollo de los hombres y mujeres es precisamente en la cultura.
Lo que es significativo no es tanto su contenido, como el hecho que se comparta. Esas representaciones comunes ofrecen una cierta preorganización del mundo, un mapa compartido con el que orientarnos. La cultura es al mismo tiempo memoria común (una misma lengua, una misma historia, unas mismas tradiciones) y un conjunto de reglas que permiten la convivencia (convenciones sociales, códigos de conducta).
Las democracias del futuro tienen una de sus pruebas más decisivas en su capacidad de desarrollar la cultura para así contener a sociedades cada vez más plurales. Una democracia es más potente, al contrario de lo que a veces se afirma, no cuanto más consenso tiene, sino cuanto más conflicto es capaz de contener, contando con medios para lidiar esos conflictos, reconducirlos al marco común de convivencia. En la misma línea, podemos decir que no es más fuerte un estado cuanto más homogéneo culturalmente sea, sino cuanta más heterogeneidad cultural sea capaz de contener. Ese será uno de sus valores esenciales. De no avanzar por esa vía, los incentivos a la desarticulación social crecerán.

Mtro. Luis Fernando Ruz Barros

miércoles, 19 de noviembre de 2008

AQUEL DESCONOCIDO FRANCÉS...

EL ORÁCULO DE DELFOS

Por: Lic. Luis Fernando Ruz Barros















AQUEL DESCONOCIDO FRANCÉS...

El más famoso desconocido de los escritores franceses, Jean-Marie Le Clézio, tiene una historia que, por sí sola, daría para escribir muchas, muchas novelas. Una historia muy de estos tiempos en que las nacionalidades se desvanecen, donde los niños crecen sintiendo que son de muchas partes y de ninguna. El ganador del premio Nobel de Literatura 2008 nació en Niza, Francia, hace 68 años. De padre inglés, madre francesa burguesa y criado en Camerún, se siente tan extranjero en París como puede sentirse en Buenos Aires, en el Distrito Federal de México o en Marrakech. No se siente de ningún lado en especial, así la lengua francesa sea ese refugio en el cual se esconde para contar las historias que han cautivado a todos aquellos quienes lo han leído. Le Clézio ha conseguido "rescatar las palabras del estado degenerado del lenguaje cotidiano y devolverles la fuerza para invocar una realidad existencial", dice el dictamen de la Academia Sueca que le otorgó el premio Nobel de Literatura el pasado jueves 9 de octubre. Es esa prosa desgarradora que viaja, que busca respuestas. No es gratuito que desde hace muchos años, especialmente desde una encuesta que hizo la revista Lire en 1994, se le considere el escritor francés vivo más importante. Pero aun así, sigue siendo un desconocido para la mayoría de la humanidad. Y aun así Le Clézio sigue considerándose a sí mismo un ciudadano del mundo, pero no del mundo victorioso, consumidor y dominador por excelencia, al cual critica permanentemente en sus escritos. Es sobre todo un ciudadano de la periferia: África, Asia, Latinoamérica. El Francés "Es un explorador de la humanidad, dentro y fuera de la civilización dominante", continúa el veredicto de la academia sueca. Se le ha llegado a llamar el "escritor nómada". Pero ser un ciudadano universal, haber viajado por muchos continentes y vivir en esa Norteamérica abierta, no le ha valido para que sus obras hayan trascendido el nivel internacional de la manera como lo han hecho en el país donde nació y se publican sus libros. Publica, sin falta, uno cada dos años. Sólo 12 de los más de 30 libros que ha escrito se han traducido al inglés. Lo mismo ha pasado en los países de habla hispana, especialmente en Latinomérica a la que tanto quiere. En especial a Panamá, donde vivió algún tiempo en su juventud junto a los indígenas en la selva para escapar de la autorreflexión que trae consigo la escritura y que le estaba haciendo mucho daño en aquel entonces, y México, sobre la que ha escrito cuatro libros: “Las profecías de Chilam Balam”, “La conquista divina de Michoacán” y “El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido” y la biografía de “Frida Khalo y Diego Rivera”. Por este motivo no es raro que en la mayoría de los países no francófonos los lectores se preguntaran el jueves pasado quién era ese escritor que habían nombrado como ganador del Nobel. Pero la verdad es que los franceses sí lo estaban esperando. Desde 1985 ningún escritor de lengua francesa había ganado el premio y todas las esperanzas las tenían centradas en Le Clézio que desde hace muchos años suena reiteradamente como candidato a este codiciado premio, y cuya recompensa es un millón de euros. Le Clezio dijo que si se lo ganaba (El Nobel), seguiría escribiendo, pues es lo que le gustaba hacer. Y es que ya en oportunidades pasadas había dejado en evidencia que soñaba con el premio. Las novelas no son filosofía, no son una técnica del lenguaje, es el lugar donde están todas las preguntas. Y es que la leyenda de Le Clézio, como todas las leyendas que se crean alrededor de los escritores, suele decir que comenzó a escribir a los 7 años en una Niza en guerra, donde no había dulces ni frutas y todo estaba destruido. Pasión que continuó en África, a donde su madre lo llevó poco tiempo después de terminada la guerra a reencontrarse con un padre desconocido con el cual nunca habían tenido contacto debido a que la guerra los había separado. Eran épocas en las que, según la mirada del niño Le Clézio, África era rica y Francia era pobre. Pero también fueron épocas para dejar de ser un niño mimado y encontrarse con la severidad de un padre, médico de profesión, curtido por la dureza africana y el desencanto de saberse colonialista. Había crecido en Islas Mauricio a donde su familia se trasladó en el siglo XVIII, luego había vivido en la Guayana francesa curando heridos en las riberas de los ríos, y en muchos países de África. Siempre se había considerado un local. Odiaba la prepotencia colonialista y vivía como vivían los locales. Pero la realidad que se encontró en Camerún, alejado de su familia que se quedó encerrada en Francia y donde la situación era tan dura que no tenía tiempo de hacerse amigo de los pacientes, hizo que por primera vez se sintiera como uno de esos médicos blancos que respondían a los intereses del dominador. Ese fue el padre que Le Clézio se encontró. Un padre severo que después del primer castigo dejó muy claro quién era la autoridad. Un padre que al regresar a Francia después de su jubilación seguía viviendo como si viviera en África. Un padre enamorado de su madre pero que Le Clézio quiso negar durante sus primeros años como escritor hasta el punto de decir que nunca tuvo familia. La reencontró con los años hasta el punto de que se dice que su literatura está dividida en dos: la de la dureza, la innovadora, la fuerte de los primeros años, y una mucho más tranquila en la que buscaba a su familia y hablaba de viajes, que empezó a hacer su aparición a partir de la década de los 80. En esta literatura se encuentran dos de sus libros que han sido publicados en español en los últimos meses: “El Africano” y “Urania”. El primero cuenta la biografía de su padre, y el segundo es el viaje de un geógrafo francés a un México ilusorio. Ese México que siempre lo cautivó, como lo cautiva el resto del mundo porque él mismo dice que el mejor viajero es el que mejor verbaliza su experiencia para saber quién en realidad es. Y al parecer lo ha logrado. Al menos consiguió que gran parte sepa de él y deje de ser el escritor francés más desconocido.

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