Editorial

La cultura es el espacio natural donde la sociedad dialoga, disiente, se reinventa y de algún modo constituye al propio ser social; es decir, funciona en el marco de la sociedad civil donde la influencia de las ideas, las instituciones y las personas se ejerce no a través de la dominación política, sino a través del diálogo y del consenso ciudadano. Por tanto, si hay un espacio donde debe anclarse la democracia y el desarrollo de los hombres y mujeres es precisamente en la cultura.
Lo que es significativo no es tanto su contenido, como el hecho que se comparta. Esas representaciones comunes ofrecen una cierta preorganización del mundo, un mapa compartido con el que orientarnos. La cultura es al mismo tiempo memoria común (una misma lengua, una misma historia, unas mismas tradiciones) y un conjunto de reglas que permiten la convivencia (convenciones sociales, códigos de conducta).
Las democracias del futuro tienen una de sus pruebas más decisivas en su capacidad de desarrollar la cultura para así contener a sociedades cada vez más plurales. Una democracia es más potente, al contrario de lo que a veces se afirma, no cuanto más consenso tiene, sino cuanto más conflicto es capaz de contener, contando con medios para lidiar esos conflictos, reconducirlos al marco común de convivencia. En la misma línea, podemos decir que no es más fuerte un estado cuanto más homogéneo culturalmente sea, sino cuanta más heterogeneidad cultural sea capaz de contener. Ese será uno de sus valores esenciales. De no avanzar por esa vía, los incentivos a la desarticulación social crecerán.

Mtro. Luis Fernando Ruz Barros

viernes, 21 de noviembre de 2008

ANTE LA PASIÓN DEL OTRO…

EL ORÁCULO DE DELFOS

Por: Lic. Luis Fernando Ruz Barros

ANTE LA PASIÓN DEL OTRO…

La historia de la publicación de “El amante de Lady Chatterley” constituye por sí misma un argumento digno de novelarse. Aunque fue publicada de forma privada en 1928 y estuvo durante mucho tiempo disponible en traducciones a otros idiomas, en Inglaterra la primera edición íntegra no apareció hasta que un editor se arriesgó a hacerlo después de los años 60’s. La editorial atrevida fue entonces demandada y procesada de acuerdo con la Ley de Publicaciones obscenas de 1959, pero resultó absuelta tras un célebre juicio en el que muchos autores prominentes de la época comparecieron como testigos de la defensa. ¿Por qué tanto revuelo? Porque D. H. Lawrence plantea la importancia de la sexualidad, en hombres y mujeres, como vehículo indispensable para conseguir un estado de armonía. El placer es producto de un aprendizaje, por lo tanto requiere de una actitud abierta y energía para no dejarse vencer por las trabas que la sociedad impone. La plenitud pasa necesariamente por la sexualidad asumida con alegría y entrega. Debido a esta historia tristemente famosa, la novela es ampliamente conocida sobre todo por su explícita descripción de las relaciones sexuales. Este planteamiento responde a una propuesta más amplia, en donde la vitalidad está en juego contra las fuerzas conservadoras que pactan con la insatisfacción por cobardía o inercia. La vitalidad así entendida, no es otra cosa que la integración de la mente y el cuerpo en lo personal, y de la naturaleza y aquello creado por el hombre en la sociedad. En vez de enfrentarse, las partes deben unirse y potenciarse. Pienso que ese es el valor de Lawrence, recordarle al lector la importancia del cuerpo, de la naturaleza, de lo bello. Sentir y pensar no deben ser excluyentes sino complementarios. Connie Chatterley está casada con un hombre que quedó inválido e impedido después de la guerra. Ella es joven e intenta convertirse en una buena compañera. Entre la pareja el contacto físico es inexistente, ambos mantienen un trato poco afectuoso en donde no se prodiga el cariño físico para evitar complicaciones. Ella lo apoya en su trabajo intelectual, incluso frecuenta a sus amigos como una presencia necesaria y estimulante para el marido. Necesaria pero silenciosa. Las buenas intenciones de esta mujer obedecen a una actitud mental que le exige adecuarse a la realidad y se empeña en convertirse en la mujer que Clifford necesita, casi una enfermera. La represión de sus instintos no es voluntaria, responde a la incapacidad de él, a los desastres de la guerra que lo ha mutilado. Pero la vida sin sexo le pasa factura. Por momentos, uno tiene la sensación de estar leyendo un manual de educación sexual y no una novela. La crudeza de ciertos diálogos. Creo, sin embargo, que en esta novela son necesarios estos momentos porque obedecen al desarrollo del tema. La intimidad entre los amantes suele ser así. Y por eso choca, quizá. Las novelas románticas, y el cine, nos han acostumbrado a escenas y diálogos tópicos, alejados de lo muy cotidiano. Todos sabemos que lo cotidiano en la intimidad, a puertas cerradas, puede en algunas ocasiones llegar incluso a ser meloso. Es la ternura la que reivindica el lado mundano de la vida. Lo que sigue haciendo que esta sea una novela inusual y de gran intensidad no es su franqueza sobre el poder del vínculo carnal, sino el hecho de que, pese a haber sido escrita a principios del siglo XX, continúe siendo la principal obra donde se aborde el tópico del deseo sexual femenino, abordando con singular nitidez el placer ante la satisfacción, la apocalíptica decepción cuando no hay tal, y la realización plena que supone hacer el amor de verdad.


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