Editorial

La cultura es el espacio natural donde la sociedad dialoga, disiente, se reinventa y de algún modo constituye al propio ser social; es decir, funciona en el marco de la sociedad civil donde la influencia de las ideas, las instituciones y las personas se ejerce no a través de la dominación política, sino a través del diálogo y del consenso ciudadano. Por tanto, si hay un espacio donde debe anclarse la democracia y el desarrollo de los hombres y mujeres es precisamente en la cultura.
Lo que es significativo no es tanto su contenido, como el hecho que se comparta. Esas representaciones comunes ofrecen una cierta preorganización del mundo, un mapa compartido con el que orientarnos. La cultura es al mismo tiempo memoria común (una misma lengua, una misma historia, unas mismas tradiciones) y un conjunto de reglas que permiten la convivencia (convenciones sociales, códigos de conducta).
Las democracias del futuro tienen una de sus pruebas más decisivas en su capacidad de desarrollar la cultura para así contener a sociedades cada vez más plurales. Una democracia es más potente, al contrario de lo que a veces se afirma, no cuanto más consenso tiene, sino cuanto más conflicto es capaz de contener, contando con medios para lidiar esos conflictos, reconducirlos al marco común de convivencia. En la misma línea, podemos decir que no es más fuerte un estado cuanto más homogéneo culturalmente sea, sino cuanta más heterogeneidad cultural sea capaz de contener. Ese será uno de sus valores esenciales. De no avanzar por esa vía, los incentivos a la desarticulación social crecerán.

Mtro. Luis Fernando Ruz Barros

jueves, 20 de noviembre de 2008

LA IMAGEN MÓVIL DE LO ETERNO…EL TIEMPO

EL ORÁCULO DE DELFOS

Por: Lic. Luis Fernando Ruz Barros
















LA IMAGEN MÓVIL DE LO ETERNO…EL TIEMPO

Se ha dicho a menudo que la importancia de la monumental novela de Marcel Proust reside en la omnipresente influencia que ha ejercido en la literatura del siglo XX, bien porque los escritores han tratado de emularla, bien porque han intentado parodiarla y desacreditar, sin éxito, algunos de sus rasgos. Igualmente importante, sin embargo, es el hecho de que los lectores han disfrutado por generaciones del amplio diálogo que la novela desarrolla con sus predecesores literarios. “En busca del tiempo perdido” es la impresionante y sofisticada historia de la vocación literaria contada a lo largo de tres mil páginas, a las que Proust dedicó catorce años de trabajo. En ella, explora el tema del tiempo, del espacio y de la memoria. Pero la novela, por encima de todo, es una condensación de innumerables posibilidades literarias, estructurales, estilísticas y temáticas. Para Proust todo comenzó en 1908, al esbozar un ensayo presentado en forma narrativa y dirigido contra la crítica literaria tal y como la concebía Sainte-Beuve1. Sus contemporáneos lo consideraban por entonces culto, refinado e incluso un tanto snob. Hacia el verano de 1909, el Contra Sainte-Beuve se transforma en novela. Imaginando que su protagonista, convidado a una reunión en casa de la princesa de Guermantes, tiene la revelación de las dos especies de tiempo (el tiempo interior gracias a una serie de reminiscencias, el tiempo exterior gracias a los rostros envejecidos de los invitados de la princesa), Proust torna en desenlace novelesco la conclusión de su ensayo; pero ya se había cargado éste de escenas y personajes imaginarios, hasta el punto de que se perdía el hilo del discurso crítico. En resumen, el proyecto se enriqueció pero sin desviarse. Fascinado por los trajes de Madame Swan y por la cultura de su esposo (Por el camino de Swan), turbado por los rudos modales de unos jóvenes ciclistas de vacaciones al borde del mar (A la sombra de las muchachas en flor), ávido de participar en los salones donde se intercambian futilidades (El mundo de los Guermantes), torturado por amores que no valen la pena (La prisionera y La fugitiva o la desaparición de Albertine), el protagonista de “En busca del tiempo perdido” -que se confunde mucho más con Proust que el narrador que utiliza la primera persona- encierra en sí una obra maestra. Al igual que un cuadro impresionista, “En busca del tiempo perdido” trepida de incertidumbres. Después de todo, Proust contribuye a una revolución literaria semejante a la que se produce en su tiempo en el campo de la pintura y que operarán de manera más radical los pintores no figurativos. Demostrando que el interés de un libro no reside tanto en la realidad que refleja como en la visión singular que expresa, inaugura eso que se llamará "la era de la sospecha", donde predomina la intriga del lector invitado a descifrar los arcanos de un estilo sobre la esencia propia de los personajes novelescos y celosos. Esa memoria defectuosa, propuesta por Proust, conlleva abundantes apreciaciones sesgadas, en parte corregidas por esa facultad que procura a su protagonista momentos involuntarios de felicidad, felicidad por cierto, que buscamos afanosamente al transcurrir la imagen móvil de lo eterno… el tiempo.

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